miércoles, 7 de abril de 2010

«No he cambiado nada» Eva Amaral



El Polideportivo Municipal La Caverina de Calasparra acoge el domingo uno de los últimos conciertos de la aplaudida gira de Amaral


Qué curiosa bailarina de una caja de música sería Eva Amaral: ácida o dulce por momentos, asustada o guerrera, sensual o recatada, libre o presa de sí misma. Con botas negras de cuero, la espalda conquistada por un enorme tatuaje, las manos abiertas para acogerte en su extraño mundo: estrellas de mar, pájaros en la cabeza, gatos negros conviviendo con dragones rojos... Junto a Javier Aguirre, compositor y guitarrista, triunfa desde hace años con el grupo Amaral, que el domingo -22.30 horas- ofrecerá en Calasparra uno de los últimos conciertos de su gira Gato Negro-Dragón Rojo.


-A punto de cantar también en Calasparra, Manolo García aseguró en una entrevista con La Verdad: «Yo no quiero forrarme ni ser famoso; hago canciones porque si no reviento». ¿Cuál es su caso?
-Lo tengo muy claro: tanto Juan (Aguirre) como yo estamos en la onda de Manolo. Los dos necesitamos hacer canciones por una cuestión curativa. Hemos descubierto, afortunadamente, que la música es nuestro canal para expresar cosas con las que no podemos quedarnos dentro. ¡Y menos mal que tenemos esta vía de escape! Además, yo no quiero ser famosa, ni nada de eso, además de que famosa es una palabra que está ya tan desprestigiada que no me gusta ni utilizarla. Me interesa la música, y la verdad es que a Juan y a mí nos parece un milagro que nuestras canciones hayan llegado a tanta gente.


-¿Todavía le sorprende? Ha llovido bastante desde el boom de Estrella de mar en 2002.
-Sí, sí, es verdad que nunca te deja de impresionar que haya tanta gente a la que le gusta lo que tú haces. Si llevo una temporada alejada de los grandes conciertos -aunque nosotros seguimos haciendo actuaciones en salitas pequeñas y nos gusta dar conciertos sorpresa-, cuando me pongo delante de un auditorio de cinco mil personas me entran unas ganas de llorar enormes. Me digo: tú has estado ahí con tus neuras, con tus 'marcianadas', divirtiéndote en el estudio,y resulta que hay no sé cuántas personas que te están esperando. Es algo a lo que no te acostumbras.


-Da la impresión de que no hay forma humana de verla a usted en un momento en el que no parezca estar relajada, serena, segura de sí misma... ¿Cómo lo consigue?
-Porque soy falsa, ¡lo consigo porque soy una falsa! (Risas). Sigo siendo una persona muy tímida, me cuesta mucho soltarme. Juan es un gran orador, pero yo lo máximo que he aprendido es a disimular la timidez. En el escenario es muy distinto, claro, porque ahí no hay manera de poder esconderte. En el escenario parece que eres capaz de comerte el mundo y todo eso, pero qué va, para nada.


-Vaya, y ¿cómo se las apaña con la inseguridad?
-Primero, siendo consciente de que soy insegura, y bastante. Me da envidia toda esa gente que ha recibido una educación encaminada a confiar mucho en sí mismos. Me refiero a toda esa gente, habitualmente de clase social alta, ¿no?, educada para ser siempre estupendos y los primeros en todo. Pero, por otro lado, esta inseguridad me hace tener que plantearme siempre las cosas por lo menos dos veces, y también me obliga a intentar superarme. Es un poco rollo estar todo el día cuestionándose a uno mismo, pero tiene ventajas.


-¿Qué hace usted cuando llegan los malos momentos?
-¿Qué hago? Pues... ¿sabes?... mirar a mis gatos. Y no los miro porque sea relajante hacerlo, que lo es, sino porque tomas conciencia de que todos tus problemas muchas veces son problemas tontos; ahí están esos dos animales, despreocupados de todo, que viven y son felices... Están ahí esperando a que tú les acaricies, a que les des de comer...; debe ser lo más parecido a mirar a tus propios hijos, supongo. Cuando tenga hijos, me imagino que será la misma sensación pero elevada al cubo.


Soluciones
-Supongo, qué menos.

-Me gusta encontrarme con esa sensación de que hay algo que está por encima de todas las tonterías que te puedan suceder. Y también, en los malos momentos, me acuerdo de la gente que ya no está conmigo; eso sí es un problema...


-¿Conoce la falta de esperanza?
-No, nunca he llegado a sentir la falta de esperanza total, tiendo a pensar que siempre es posible una solución. Además, a base de vivir me he dado cuenta de que a la mañana siguiente las cosas se ven de distinta manera. Aunque te parezca que ya estás en lo más hondo del pozo y que ya no puedes deprimirte más, a la mañana siguiente ves que la oscuridad no es tan total como llegaste a creer.


-O sí lo es.
-Bueno, también, pero casi siempre se ven las cosas menos negras por la mañana, ¿no?


--¿Qué queda hoy de la Eva Amaral que comenzó en este mundo de la música sin saber que llegaría a vender dos millones de copias de sus discos?
-Queda todo porque no he cambiado nada. Tengo el mismo espíritu soñador, la misma necesidad de hacer canciones, el mismo deseo de ser una persona que vive de forma coherente con sus ideas, la misma que se indigna ante las injusticas, que se rebela contra la crueldad, que valora que cada uno haga su trabajo lo mejor posible... No creo haber cambiado.


-Y con la violencia ambiental, ¿cómo se lleva?
-Muy mal. La verdad es que yo misma a veces puedo ser muy agresiva, pero me cuesta trabajo llegar a ese punto en el que saco mi agresividad a relucir. Me encantan el rock and roll, la energía desbordante, incluso la furia en el escenario; pero para la vida normal no me gusta nada la agresividad, ni creo que sirva para resolver los conflictos. Lo único que se consigue con la agresividad es que se te embote el cerebro.


-¿Qué no soporta?
-A la gente cruel, las críticas por envidia, a la gente que culpa siempre de todo a los demás, que echa la culpa al otro de todo lo que le pasa; y no es así. En muchas ocasiones, los problemas están dentro de ti mismo. Tampoco me gusta la gente que discrimina a los demás todo el rato por todo.

-No sé si usted va por la vida sin armadura, con ella a todas horas, a pecho descubierto...
-Curiosa pregunta a la que no tengo una respuesta clara. Hay gente que piensa que soy un poco altiva, y no es así. Me cuesta trabajo entablar una conversación con alguien a quien acabo de conocer, pero no es por orgullo ni porque yo me crea alguien especial, que para nada. A veces soy muy vergonzosa, como una niña. El caso es que soy muy confiada con la gente, aunque resulte difícil entrar en mi mundo y ganarse totalmente mi confianza. Enseguida considero a cualquiera mi amigo, y eso es un problema.


-¿Por los desengaños?
-Los años me han enseñado que es muy posible que te lleves sorpresas dolorosas, pero he llegado a la conclusión de que no puedes dejar de confiar en la gente por sistema. Es el juego que nos toca jugar en este tiempo: o juegas o vives encerrado en ti mismo.


-¿Usted, como todos, no tiene siempre prisa y no sabe ni para qué?
-Sí, claro, siempre voy con prisa y siempre llego tarde. Tengo fama de tardona y lo paso fatal cuando llevo un retraso de diez minutos...; voy todo el día corriendo. No me organizo nada bien.


-¿Logró estar en paz consigo misma y con el mundo?
-En paz no estoy, no, no, todavía no. Tengo que aprender mucho en ese terreno.


-Por encima de todo, ¿qué le importa?
-Me importa mi felicidad, qué voy a decir, pero también la de los que están a mi alrededor; si ellos lo son sé que eso influirá en que yo también lo sea. Y si estoy cerca de alguien que no es feliz, yo directamente dejo también de serlo.


-¿Qué no se ha propuesto nunca?
-Pilotar un avión. Tampoco podría ser azafata de vuelo porque me mareo en los aviones. No me imagino en mitad de unas turbulencias atendiendo toda fantástica a los pasajeros.


-¿Qué le encantaría poder hacer?
-¡Navegar! Me encantaría poder navegar, pero es pisar un barco y ponerme verde. En Galicia, con unos amigos que tienen un velerillo, he llegado a través de la ría a mar abierto y me ha parecido una maravilla. Pero, ¡uff!, no puedo pisar un barco.


-¿Algo más?
-Me encantaría poder hacer submarinismo.

-En los momentos de mayor éxito, ¿no se lo ha creído mucho?
-Tanto no, pero alguna tontería seguro que sí he hecho. En el momento en que la estás haciendo no te das cuenta, pero pasa el tiempo y en un momento de lucidez dices, ¡madre mía! ¿Sabes qué pasa? Que a Juan y a mí nos pilló todo esto después de mucho trabajo y sabiendo la tierra que pisamos. No nos hemos convertido ninguno de los dos en un pequeño monstruo. De todas formas, la situación es curiosa: por una parte hay mucha gente a tu alrededor diciéndote lo maravillosa que eres, y por otro hay otra gente que se dedica a destrozarte sin piedad. Y tú ahí, flipando y sin saber ya a quién a hacer caso.


Amigos de toda la vida
-¿A quién hay que hacer caso?
-A tus amigos de toda la vida. A ellos es a los que hay que recurrir.


-¿Pisa mucho la calle, el día a día, el metro, las colas, los barrios...?
-No tengo coche, ni carné de conducir, y voy a todas partes andando o en bici; lo que pasa es que en Madrid es horrible moverse en bici y el otro día, precisamente, me caí y casi me atropella un coche, así es que le he cogido un pelín de miedo. Claro que utilizo el metro y hago la compra y me gusta estar informada; vivo en este mundo, aunque soy consciente de lo privilegiada que soy y de que puedo permitirme refugiarme tranquilamente en una burbuja.


-¿Se suele usted dar por vencida con facilidad?
-Me das una bofetada y me tumbas, pero me levanto con facilidad. Soy de las que se levantan una y otra vez. Puede que me tumbes con facilidad, pero el combate conmigo no lo vas a ganar tan fácilmente. No doy facilidades








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